miércoles, 3 de noviembre de 2010

ENCUENTRO CON TORO EN LA TERCERA FASE.



Corría el mes de Septiembre de dos mil siete. El coche en el cual viajábamos llevaba una marcha lenta, pues de lo que se trataba no era llegar raudo a algún sitio sino de disfrutar contemplando el maravilloso paisaje que ofrecía los campos de Jerez en especial, y de la provincia gaditana en general. De pronto, nos topamos con una manada de reses bravas, supusimos, pastando tranquilamente, cercados por las estacas con alambre que en estos sitios suelen ponerse y que se encontraba al borde mismo de la carretera por la cual transitábamos. Paramos el coche y salimos de él acercándonos a la valla para contemplar la maravillosa imagen que ofrecían los toros en su medio natural. Algunos de ellos se encontraban muy cerca del límite del cercado. Estábamos comentando la nobleza que transmitían estos animales, cuando de la zona más elevada de la colina vemos acercarse un enorme toro; y tal como se acercaba él a nosotras , los que ya lo estaban empezaron a alejarse. Era como si estuvieran recibiendo alguna orden que nuestros oídos no captaban. El toro, que supusimos debía ser el jefe de la manada, seguía acercándose...... y una de nosotras llevaba ¡¡una camiseta roja!!. Dios mío, qué mal pintaba aquello. Chicas, dije, no os mováis. El toro se paró a escasos pasos de la valla. Yo me quedé también cerca de ella. El animal me miraba fijamente, y fijamente también lo miraba yo mientras mentalmente me dirigía a él intentando transmitirle mi afecto , mi admiración, mi respeto, y nuestra intención de no desearle mal alguno. Seguimos mirándonos durante largos minutos. De pronto con una de sus patas empezó a escarbar la tierra mientras sus ojos me taladraban. Ahora es cuando la cosa se pone fea de verdad, pensaba yo. Y seguía intentando tranquilizarlo sin palabras , en un monólogo mudo y surrealista. Al rato ( que a mi me pareció larguísimo) el toro cesó de arañar la tierra , y tranquilamente se dio la vuelta encaminándose al centro del cerro con el resto de la manada. Durante un rato permanecimos quietas contemplando cómo se alejaba y con un hondo suspiro, subimos al coche. No me queda ninguna duda de que el toro leyó mis pensamientos; yo, no pude leer los suyos. Aquello fue una gran experiencia para mí y creo que para mis amigas también. Aquel toro, de alguna manera, cambió algo dentro de mí.

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