martes, 29 de marzo de 2016

CONOCIENDO EL DELTA Y, ENCUENTRO CON UN PEQUEÑO CABALLO

Aunque parezca mentira nunca había estado en el Delta del río Llobregat. Sabía por terceras personas que era un lugar precioso, que se puede avistar a las diferentes aves migratorias que hacen una parada de descanso en sus aiguamolls (humedales) antes de seguir su destino migratorio a países donde el calor del verano no es tan asfixiante, incluso había visto reportages de su fauna variopinta pero, nunca había sentido la tentación de conocerlo in situ.
La ocasión se presentó el domingo 27 de marzo a través de unos amigos y amigas que me invitaron a hacer unas horas de senderismo por las diferentes rutas del Delta. No me lo pensé, y a las siete de la mañana ya estaba yo con mi mochila a la espalda dispuesta a ampliar mis conocimientos avícola, y forestal.
El autobús nos llevó hasta el Prat y desde allí iniciamos el recorrido programado por un experto senderista, pero no antes de entrar en el bar La Moreneta donde nos desayunamos unos buenos bocadillos.
Éramos cuatro amigas más el guía, que además es un gran conocedor y entendido en la fauna y flora del entorno del Delta. 
Nada más empezar el recorrido vimos entre la hierba de las márgenes del sendero tres animalillos blancos y anaranjados que a mí me parecieron conejos pero que J. nos dijo que eran una especie de cobayas, las cuales al vernos desaparecieron por arte de magia, así se fían de los humanos.
En algunas zonas del río pudimos ver patos y ánades. 
A lo largo del sendero te vas encontrando atalayas de madera a donde puedes subir y disfrutar de las vistas espectaculares del entorno. Me gustó, por lo que tiene a mi entender de poético, ver el final del río, el momento, o el lugar donde el Llobregat encuentra al Mediterráneo y  sin pensárselo se tira en sus brazos en un abrazo largo, eterno. Fue para mí uno de los  varios momentos mágicos que tendría a lo largo de la mañana.
Desde las atalayas podía ver mejor los muchos aiguamolls  (humedales) y a las diferentes aves que las pueblan.
El guía a petición mía me iba enseñando las diferentes plantas, algunas de ellas utilizadas en la cocina, y arbustos desconocidos; gracias a él puedo distinguir el diente de león de otra hierba muy parecida cuyo nombre no recuerdo pero que según él a los conejos les encanta. Mastiqué unas hojas de cada una, ambas dos amargaban, aunque una más que la otra.
Siguiendo la ruta llegamos a las cabañas para el avistamiento de aves. Entramos sin hacer ruido pues estaba ocupado por tres personas que asomaban sus cámaras de fotos, que a mí me parecieron de profesionales, por la aberturas de los ventanucos ideados para estos menesteres sin molestar a las aves. Me acerqué a uno de estos ventanucos y pude observar cómo en los distintos lagos y las pequeñas islas que forman el delta se movían  y disfrutaban infinidad de todo tipos de aves. Luego de un largo rato y para no molestar a los que seguramente trabajaban con sus cámaras, salimos tal como entramos: sin hacer ruidos.
El guía marcaba el sendero a seguir y así llegamos a una zona en la que en uno de los márgenes y en la lejanía se hallaba un grupo de caballos, unos blancos  y otros color canela claro protegidos por una valla de madera. Estaban muy lejos pero tal como avanzábamos nos dimos de golpe con un pequeño caballo que estaba a cinco pasos de la valla y de espaldas a ella. Nos paramos, me paré, y apoyada en el barrote de madera empecé a hablarle.
_Hola precioso. Qué haces aquí tan lejos de los tuyos y solito? ¿No quieres darte la vuelta para que te vea la cara? No, ya veo que no. _Anda bonito, date un poquito la vuelta para verte la cara y esos ojitos  que se me antoja que son preciosos.
Ni por esas. Parecía una estatua de lo quieto que estaba; no movía el puñetero ni un músculo; solo un leve movimiento de las orejas me indicaba que me oía. Los compañeros reanudaron la marcha; yo me quedé. 
_¡Guapo, ¿sabes que eres muy guapo? Oye, pero de verdad que no te vas a volver? 
_Chis, Chis, oye, lo llamaba quedito. ¡Guapo, precioso!.
 Nada, que no se daba por aludido. El caballo ni pestañeaba. Una pareja que estaba también en la cerca  muy cerca de donde yo estaba debían estar pensando: esta tía está majara.Pero yo seguí a lo mío.
_ Caballito guapo, ¿seguro que no quieres darte la vuelta? va, por fa. Oye, no te hagas el sordo porque sé que me oyes; lo sé porque cada vez que te hablo mueves las orejas, así que no te hagas el interesante conmigo, que no me engañas, me oyes y me entiendes, a sí que por fa, date la vuelta para que te vea, precioso, chiquitín. 
Seguí susurrándole palabras cariñosas hasta que no pudo resistirse a mis dulces palabras, y de pronto se da la vuelta  despacio,y acercándose a la valla me mira con unos ojos grandes y tiernos. Yo alzo la mano para acariciarlo y él instintivamente retira la cabeza, pero yo le susurro:
_ No tengas miedo de mí, precioso. Yo nunca te haría mal.
El caballito vuelve a acercarse y me deja que lo toque por todos lados. Restregó su hocico en el bolso que colgaba de mi hombro, supongo que buscando algo de comer.
_ No precioso, no puedo darte nada de comer, hay un letrero que lo prohíbe y las normas hay que cumplirlas,  tú, también, le digo dulcemente.
Así estamos largo rato hasta que me despido de él y reanudo el camino. Al poco me doy la vuelta y veo que se está dejando acariciar por la pareja que estaba al lado de mí. Es mi karma:¡¡Hasta los caballos me son infieles!! 
El caballo de la foto es el mismo de esta anécdota. He querido inmortalizarlo a pesar de su infidelidad.
Fue un momento precioso, otro de los momentos mágicos del día. Creo sinceramente que tengo buena conexión con los animales en general, hasta con las avispas y abejas que se dejan coger por mí sin que me piquen. ¡¡Qué cosas me pasan !!
Seguimos el sendero hasta finalizar la ruta sin contratiempos. 
Según el guía caminamos nueve km. que realmente no está nada mal.
La próxima semana iremos a ver los cerezos en flor.  ¡Puede ser guai !
Marzo, 2016

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y no te dijo nada el caballo? Ningún mensaje especial que quisiera compartir? Anda, cuenta, cuenta...

Ascensión del Río Martín dijo...

No, el pequeño caballo debía estar enfadado con los humanos( no le faltan motivos) porque a pesar de la gente que pasaba por su lado permanecía tercamente dándoles el culo, o más finamente, el trasero. Tuve que poner a prueba mis dotes de persuasión durante mucho rato para que al final se decidiera a mirarme y acercarse poco a poco. Sus ojos eran un pozo sin fondo donde debe guardar más imágenes malas que buenas pero que no quiso hacerme partícipe de ellas, yo las intuí; él solo me pedía caricias y palabras amables y, naturalmente le di ambas cosas. Siento no poder satisfacer su curiosidad.
Saludos.

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